La mayoría de las mujeres hemos sido socializadas, por mucho tiempo, creyendo que si no nos vemos bien, no estamos bien. Así que sacrificamos el sentirnos bien con nosotras mismas por ese delirio absurdo de lucir bien bienpara los demás. Y los medios de comunicación contemporáneos nos lanzan sin el menor remordimiento con los mensajes más descarados sobre lo bien que debemos lucir.

No es de extrañar que las estadísticas indiquen que los trastornos de alimentación tienen la mayor tasa de mortalidad de todas las enfermedades mentales. Más de 30 millones de personas sufren de desórdenes alimenticios sólo en los Estados Unidos. Cada 62 minutos, al menos una persona muere como resultado directo de un desorden de alimentación.

Es nada menos que una epidemia del siglo XXI. Una epidemia que ilustra la obsesión de nuestra sociedad con lo superficial, y lo destructivo que eso puede ser. El antídoto judío para este fetiche superficial es simple: identificte con tu interior y no con el exterior.

Tomándomelo personalmete:

Como mujer con mis propios y bien reconocidos desafíos de imagen corporal, me sorprendí al descubrir que uno de los períodos de mayor autocrecimiento en mi vida, provino de mi período con el mayor crecimiento corporal. Tenía 40 años y estaba embarazada… otra vez. Había engordado 32 kilos. Ya sabes cómo son esas mujeres embarazadas flacas… las que no parecen embarazadas por detrás. Bueno, yo sí parecía embarazada por detrás. Me veía embarazada desde atrás de una camioneta. Todos los días me despertaba temiendo mirarme al espejo. Era un auténtico desastre en cuanto a autodesprecio.

Estaba en mi ritual pre-Shabbat llorando en mi cama, rodeada de montañas de «las prendas menos favorecedoras del mundo». Sabiendo que ninguna de ellas cubriría mi voluminoso cuerpo, mi tercera papada, mi implacable vergüenza. Sólo quería «verme bonita»… pero no lograba ver nada bonito en mí. Así que me senté ahí y lloré amargamente.

Hasta que mi hija de cinco años entró saltando por la habitación, pidiéndome que le hiciera una trenza el pelo para «verse bonita» para Shabat. Aquella frase tan familiar yuxtapuesta con mi propio llanto de fracaso de “verme bonita», me remeció. Afortunadamente. Me remeció y sacó de ese desastroso pozo de auto-derrota. Me hizo volver a mí y a todo lo que sabía que era verdadero. Básicamente que «bonita» es más que un mero asunto superficial. Y que tenía que dejar claro ese mensaje de una vez por todas… por el bien de mi hija, por el bien de mi matrimonio, por mi propio bien, y caramba, por el bien de las mujeres corpulentas del mundo entero…

Me limpié las lágrimas, sonreí y me levanté triunfante sobre mi cama en toda mi enormidad. Me llevé el cepillo a mis labios como un micrófono y decreté: «La belleza, querida, no se ve en los espejos. La belleza es amor propio y buenos actos y un espíritu admirable que se enfrenta a los obstáculos con valentía».

Mi hija se rió estando completamente de acuerdo conmigo. Me abrazó fuerte y procedimos a trenzar su cabello para el Shabat. Me puse una falda cualquiera y esta vez me miré en el espejo con una sonrisa de perdón, sentido del humor y el compromiso de darle algún sentido a esta búsqueda desenfrenada de amor propio a pesar de (¿o quizás debido a?) mi peso que aumentaba día a día.

Y luego vino la cena. Ahh, la comida del Shabat. Ese abrumador y excesivo ritual semanal. ¿Me restringiría? ¿Me daría el gusto? ¿Desbordaría mi copa? ¿Y qué de mi plato, mi bol? Me puse nerviosa anticipando la prueba de obstáculos de esa cena de cuatro tiempos.

Pero entonces empezamos a cantar Eshet Jayil, Una mujer virtuosa (Proverbios 31), la inquietante melodía que cantamos para iniciar la comida del Shabat. De repente, la profundidad de esta canción que canto tan rutinariamente todas las semanas me golpeó con la claridad que tanto necesitaba. . Brindé por su simple mensaje – Celebrar el valor interno e inherente de la mujer; sin basarnos en su cuerpo o belleza, sino en su brillantez, compasión, ingenio

Cada línea de este antiguo canto destaca otro aspecto de la fuerza femenina, desde la inteligencia en los negocios hasta la creatividad y la sabiduría. Ahora, este era el tipo de mensaje mediático que sí quería para mis hijos.
Los últimos versos le ponen el broche de oro a este mensaje en pro de la mujer: «La gracia es una falsedad y la belleza es insípida. Una mujer que teme a Dios, es alabada». Esta frase es la que más me conmovió. Porque el término hebreo para «temer a Dios» –yirat Hashem – no se traduce sólo como «temor». Yirat también está relacionado con la visión – con «ver» a Dios. «Una mujer digna de alabanza es una mujer que ve a Dios».

Me pregunté sin rodeos, «¿Estoy viendo a Dios? Cuando me miro al espejo con autodesprecio, ¿estoy viendo a Dios?» No, en absoluto. Mi autocrítica me había cegado totalmente a lo divino. No sólo ciega al Dios que mehizo, sino también al Dios que reside en mí.

Es más, yirah también puede ser traducido como «prestar atención». ¿Estoy prestando atención a la divinidad en mi realidad, en este caso, en esta comida? Si estuviera prestando atención a la divinidad en este momento, ¿estaría tan terriblemente preocupada por comer en exceso? Y esa fue la forma en que comí toda la comida. Prestando atención a Dios. Al Dios que hay en mí y en mi familia, en la desbordante copa de Kidush y en el pollo glaseado con miel. Me centré en la idea de que soy un alma con cuerpo. Y si de hecho mi cuerpo es el vehículo de mi alma… ¿cómo la alimento bien?

Dios sabe que raramente soy capaz de mantener un nivel de conciencia así de elevado en mi diario vivir. Pero cada cena de los viernes, cuando nos ponemos a cantar Eshet Jayil, lo uso como una oportunidad para recordarme a mí misma que mi valor no se basa en mi belleza externa. Viene de mi interior, del lado de mi alma, no de mi exterior.

Los 3 pasos de Eshet Jayil para una imagen corporal saludable:

Paso 1: Busca tu “YO” más elevado

Las primeras líneas de Eshet Jayil son las siguientes: «Una mujer virtuosa, ¿quién la podrá hallar?» Es como si esta canción de las escondidas nos encargara la tarea de encontrar a esta espectacular mujer que de alguna forma se ha perdido.

Es demasiado común pensar que la única manera de alcanzar nuestros objetivos es centrarnos en lo más bajo. Somos muy hábiles para encontrar nuestros defectos y desdeñarnos al máximo. Esperamos inútilmente ser capaces de odiarnos y castigarnos por nuestros defectos como si eso fuera a redimirnos de ellos. Como psicoterapeuta, veo a diario como mis pacientes se aferran al odio por sí mismos como si fuera un chaleco salvavidas pensando que eso les ayudará a tener éxito. Creemos que es la única forma de cambiar, de mejorar, de generar éxito. . «Si odio a mi yo gordo, entonces es más probable que haga ejercicio o coma menos». Tal vez…

Pero he descubierto que encontrando lo más bajo de uno mismo, rara vez generamos un éxito real. E incluso si hay «éxitos» externos que nacen del autodesprecio, esos «éxitos» NO crean una vida verdaderamente exitosa. Pueden generar hitos externos pero no generan vidas internamente satisfactorias. La mujer que sufre de anorexia puede muy bien tener éxito en el cumplimiento de sus objetivos en cuanto a su peso, pero si no lo hace por amor propio, entonces será algo desastroso.

A menudo nuestras partes más elevadas se pierden y tenemos que buscarlas.
Buscalas activamente y concéntrate en tu eshet jayil– tu “yo” más valiente y fabuloso.
Encuéntrala, celébrala, dale una serenata.

Paso 2: Yirat Hashem – Presta atención a tu alma.

La sabiduría judía insiste: No “tenemos” almas. Somos almas que “tienen” cuerpos. Y sin embargo, a menudo esculpimos nuestra identidad con la arcilla de nuestra forma física. En el Génesis se dice explícitamente que cada uno de nosotros está hecho a imagen de Dios. ¿Cómo sería realmente creer en eso y “ver a Dios” en uno mismo? En primer lugar, significaría no ser engañados por nuestra apariencia, la cara que vemos en el espejo, y recordar que somos nuestro interior.

La palabra en hebreo para “cara” es “panim”. Maravillosamente, panimviene de la raíz, “b’phnim”, que significa «interior». Contrasta esto con la palabra en español, cara. Cara connota lo externo – la cara de un edificio, la superficiede las cosas. Paniminsiste en que cuando miramos nuestra cara, no olvidamos ni por un minuto que lo que realmente estamos viendo es nuestro interior.

Intenta hacer este ejercicio. Cada vez que veas un espejo, úsalo como una oportunidad para detenerte y ver lo Divino. Cuando te mires en el espejo, intenta ver a través de la imagen externa, lo interno – no tu cuerpo sino tu alma interior. ¿Cuál es la parte de ti que brilla por tus ojos, que le da vida a tus miembros? Vuelve a identificarte y di en voz alta, “No soy mi cuerpo. Soy mi alma”.

Paso 3: Desarrolla tus recursos internos

La primera mujer Primer Ministro de Israel, Golda Meir, célebremente dijo, “No ser bella fue una bendición. No ser bella me obligó a desarrollar mis recursos internos. La chica guapa tiene un problema extra que superar”.

Golda lo entendía. Y aquí está nuestra oportunidad de entenderlo también. Golda fue una maestra en el desarrollo de sus recursos internos. Eshet Jayil se refiere repetidamente a estos recursos internos. Está celebrando el “pri Iyadeja – el fruto de tus manos”.

Desarrolla tus recursos internos. ¿Cuántas horas al día tendrías que invertir en ejercicios para estar delgada? Imagina si invirtieras ese mismo tiempo en desarrollar tus músculos internos de la mente, la comunicación, la personalidad… ¿Quién eres por dentro? ¿Cuáles son los frutos de tus manos? ¿Cuáles son tus valiosas ideas, opiniones y servicio único en el mundo que no tienen nada que ver con tu apariencia? ¡Concéntrate en eso! Cambia el enfoque de tus rasgos externos hacia los tesoros de tu interior. Y pule esas joyas internas.

*
Hermanas, busquemos celebrar nuestros cuerpos en todas sus formas, tonos y tamaños.
Nuestras luchas con la imagen corporal pueden en realidad regalarnos nuestro mayor portal a la sabiduría y el crecimiento personal. ¡Celebren las ganancias!


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