Enciende esa luz

Vivíamos al frente de Macy’s… al menos así parecía.

Crecí en una parte de Toronto, donde vivían muy pocos judíos. Al principio era más judío, pero muchos se mudaron a «Bathurst Manor», mientras que mis padres, que siempre actuaron un poco «fuera de lo común», se quedaron y en vez de mudarnos, compraron una cabaña en un lago al norte de Ontario, al que íbamos todos los fines de semana.

No pensaba demasiado sobre ser de la minoría en nuestro vecindario y tenía muchos amigos, de los cuales 99% no eran judíos. Pero cada año, cuando llegaba la Navidad, me daba cuenta. Las casas no sólo estaban adornadas con luces, sino que al frente nuestro vivían los Jameson, ¡y vaya si les encantaba la Navidad!

En el tejado estaba Santa, el trineo, todos los renos, incluido Rodolfo con su nariz roja que pestañeaba. La puerta de entrada estaba envuelta como un gran regalo, atada con un lazo. Las luces brillaban por todas partes, la música sonaba, y en su jardín delantero había un pequeño pesebre con toda la mishpajá adentro.

Y allí estábamos nosotros con nuestra pequeña menorá en la ventana.

Recientemente leí un artículo escrito por una mujer judía que creció en un barrio similar. Decía que se sentía mal, con todas las luces y adornos a su alrededor, y su familia con sus simples velas. Contaba que una noche hubo una tormenta y un apagón, todas las casas se oscurecieron excepto la suya, iluminada por la luz de las velas. También descubrió que había una o dos casas más en el vecindario que también exhibían el brillo de sus menorás – ¡y ni siquiera sabía que eran judíos!

Iluminar la oscuridad con luz no es sólo para los apagones; es el rol que debemos jugar todos los días. Al pueblo judío se le dio una misión en el Monte Sinaí: ser un Ohr L’Goyim,una luz para las naciones. En un mundo de confusión, conflictos, perversión moral y dolor, debemos levantarnos como un faro para todos.

Así que encedamos – no sólo nuestras menorás, sino también nuestros hogares, al pueblo judío y al mundo.