Una carta a mi hija que se va una universidad lejos de casa

Mientras estamos en medio de la crianza de nuestros hijos, los días pueden hacerse eternos de largos, pero los años a menudo se sienten cortos. Durante la infancia, vemos a nuestros hijos todos los días. Los vestimos, los alimentamos, los apoyamos, los guiamos y los colmamos de amor. Luego, abandonan nuestras casas. Para muchos de nosotros, esta etapa de la vida parece llegar demasiado pronto. Hemos hecho todo lo posible para prepararlos y, sin embargo, no estamos listos para despedirnos. En su carta a su hija que se va de la casa para asistir a una universidad lejana, la hermana Momentum, Mahra Pailet, captura estos sentimientos de manera hermosa.

Hoy envié a mi primogénita a la universidad. Mi corazón y mi cabeza habitan mundos conflictivos. El tiempo ya no tiene sentido. ¿Cómo es posible que este bebé al que ayer mismo sostuve y alimenté con mi pecho camine hacia el futuro, sin mirar atrás lo suficiente como para atrapar un último beso soplado desde mis dedos temblorosos a los suyos tan tranquilos?

IEn este momento, mis manos vacías y no paran de retorcerse. Mi corazón está vacío, pero de cada recuerdo tuyo. Mi vaso está medio lleno, pero rebosa con las lágrimas que derramé antes de este día tan temido pero también tan lleno de orgullo.

El choque y el desgarro del dolor y la alegría corren como acuarela bajo el torrente de mis sollozos, empujando las formas familiares para mezclarse y convertirse en algo completamente extraño y desconocido. Y pienso: «Esto es la muerte». Entonces, pienso: «Esto es la vida».

Que la calidez y el amor que recibiste en nuestra casa te proteja y te brinde consuelo si los aspectos de tu nueva vida se vuelven fríos y desoladores. Que la ternura de tu corazón hable a los corazones de otros que quizás ya hayan comenzado a endurecerse. Que tu bondad innata sea atesorada y no explotada. Que tu valor intrínseco sea reconocido y respetado. Que seas admirada por tus elecciones en lugar de ridiculizada (y Dios mediante, que respetes esas elecciones). Que puedas ver la mano de Dios en lo cotidiano y que te deleites en los misterios del mundo. Que los valores que esperamos haber moldeado florezcan en ti. Y que lo hayamos acertado la mayoría de las veces, de modo que hayamos construido una base sobre la cual puedas convertirte en la mujer judía compasiva, decidida, lograda, reflexiva y feliz que debes ser.

Mi querida hija, has sido mi mayor bendición y mi mayor desafío. Mi vida es más rica, más plena, más fuerte y mucho más significativa por tenerte en ella estos 18 cortos años.

Te miro a los ojos una última vez y luego aparto la mirada, no porque me avergüence de que me veas llorar, sino porque brillas demasiado para mirarte directamente. Eres mi sol, dando vida a mi mundo.

Mientras te veo subir al autobús hacia el aeropuerto, me das la espalda. Estás en una conversación animada con nuevas amigas. Quiero decir algo profundo a lo que ambos podamos aferrarnos. Entonces, la puerta se cierra con un fuerte crujido y la finalidad de un disparo.

Y así, se acabó. Para mí, no hay un último momento perfecto. Lo único perfecto eres tú.